
¡Caramba!, fue hace como dos años y medio cuando un día cualquiera empecé a relacionarme con el maestro Díaz por conducto de Facebook. Entonces, supo él que mi padre era Servio Emilio García; de quien me dijo el Mono que habían sido buenos amigos, y así fuimos desentrañando más cosas sobre él y yo. Hicimos una buena y dinámica amistad virtual, pese a que no faltaron peloteras (sin ser agarrones con dichos ni bujús) por razón de cuestiones ideológicas (conservador él de modo férreo). Preciso al respecto que conocí bien sus criterios en torno de la situación política del país, en especial en lo concerniente al proceso de paz de La Habana. ¡Dios!, el Mono era picante en esto, incansable. Llegué a pensar en algunos instantes que él, sobre todo como militar que fue, estaba de manera reacia a dicho proceso de búsqueda de la paz por los medios políticos; pues, muchos pueden testimoniar que se la pasaba dándole madera (¡manducazos mismos!) al mismo. No obstante, pude advertir luego que realmente no era que él fuese de quienes invocan "guerra y más guerra porque sí y porque no", sino que había cosas que no le gustaban del proceso en referencia. En mi compromiso de no quebrantar el principio de tolerancia, entendía sus posturas, y las respetaba aunque no coincidiéramos en ellas. Confieso que a partir de cierto momento nuestra interacción mermó porque a veces parecía que pretendía él insinuar poseer la verdad absoluta, entonces opté por no controvertir con él para que de pronto mis opiniones no llegaren a causarle alguna molestia que sé que podría incidir en su delicado estado de salud; aunque admito que pude haberme equivocado en aquella apreciación. Pero, quede claro que por esas divergencias ideológicas no llegué a considerarlo 'enemigo', ¡para nada!, y creo que tampoco él a mí.
No podía yo asumirlo como enemigo cuando aun desde la lejanía para mí él fue un maestro (desde cuando supe de él en mis tiempos de muchacho hasta el momento de su postrera respiración). No podía hacer aquello tampoco cuando en mi mente y en mi alma permanece el recuerdo de que cuando caí en desgracia personal anuncié vía Facebook que requería que me obsequiaran papel (aunque fuese reciclable) y lapiceros o lápices para poder estar en lo mío, escribir y escribir compulsivamente. ¡Barajo!, y cómo olvidar entonces que jamás recibí (ni he recibido) una respuesta positiva de alguien cercano, sino apenas la que del jovial Mono me llegó a Bogotá desde Medellín. ¿Pasar por alto cómo, pues, que me mandó él una resma de papel bond, una libreta de anotaciones y cerca de diez lapiceros, además del CD Monerías, donde plasmó parte de sus memorias?... Esto, sin duda, ha sido para este pecho una gran lección para seguir sabiendo que amigos, pocos. Pero, obvio, es una evidencia palmaria de la clase de persona que fue el Mono Díaz. No estaba obligado él a hacer lo que hizo conmigo, incluyendo consejos que me dio y ruegos en procura de que un día no lejano pudiera yo llegar a la orilla luego del naufragio (sigo en la lucha, maestro Mono, don Charles Days, y sé que usted ante Dios intercederá por mí; lo cual, junto con lo demás mencionado, una vez más le agradezco porque no soy recipiente agujereado como para que se derrame lo echado en él). Señor don Mono Díaz, sepa que se quedó frustrada mi intención de que fuera usted quien prologara una novela que se halla en remojo, sobre lo cual habíamos hablado; además de que pudo conocer el escrito donde en ella a usted lo incluyo en un rol de reportero en uno de los sitios de desarrollo de la obra...
Este homenaje que le hago al Mono Díaz con esta nota es con sinceridad cabal; y lo expreso porque no soy de quienes a alguien en vida lo dan como un demonio, pero al morir dicen "¡lástima, tan buena gente que era!"; y es aquí cuando digo que, entonces, la muerte hace el milagro de convertir hoy en ángel a quien ayer se tuvo como el Diablo mismo, cosa que acontece con frecuencia sobre todo en nuestros pueblos de la Ebanolia colombiana, aunque "en todas partes se cuecen habas". Hoy cuando el Mono ha hecho su trasteo trepándose desde la Tierra hacia el Cielo, ruego que con él se cumpla esto que hace parte de la cultura yoruba: Lumbalú, porque la muerte debe ser motivo de alegría combinada con congojas (al unísono lágrimas y tambores pa cantá y bailá); y también que el ánima del difunto, inmortal ella siempre, ronde en la Tierra en procura de la protección de su parentela; y que no deje de seguir dando manducazos cantándoles la tabla a quienes lo merezcan por sus malas acciones en detrimento de nuestro pueblo chocoano, especialmente; todo con la perspectiva suya, y de los buenos hijos de nuestra comarca, de que ésta un día no lejano salga del guarengue. Es imperativo que quienes declaremos que el Mono fue un hombre valioso sigamos sus huellas, ojalá buscando superarlo en todo lo positivo que digamos que hubo en su vida, en sus obras que acometió con liderazgo, probidad y visión futurista.
Maestro Mono Díaz, manduquero mayor, ¡descanse en paz!
Nicolás Emilio García Palacios (Nicolé Garpal)
Bogotá, D. C., mayo 28 de 2016
No comments:
Post a Comment