
Cuando uno se pone a repasar las consecuencias negativas del hecho de privatizar bienes públicos, por Dios que termina concluyendo que quienes hacen eso realmente carecen de alma. Las privatizaciones por lo general implican que aquellos servicios de naturaleza pública dejen de ser derechos inalienables de los ciudadanos, convirtiéndose entonces en meras opciones para quienes dispongan de posibilidades económicas para poder acceder a ellos, porque los neoliberales del sector privado nada regalan y piensan siempre en ganancias personales nutridas nomás. Lo que antes eran servicios pasan a ser puros negocios con ese afán, reitero, de acumular grandes utilidades para los dueños de los mismos; con lo cual, entonces, se da el caso de que los usuarios de servicios quedan transformados en clientela. Ni hablar de la masacre laboral que suele presentarse cuando lo público se hace privado. Las personas que resultan enganchadas son sometidas a recortes en sus derechos laborales, además de pocas veces garantizarles estabilidad en los puestos. Mejor dicho, con dos dedos de las manos podrá, acaso, contarse lo positivo de las privatizaciones.
He ahí, pues, el Neoliberalismo en pasta; que, más que ser un sistema económico que deshumaniza cuando asume que lo único interesante es y debe ser el capital (claro que lo es, pero no deshumanizando para conseguirlo), es una ideología canibalesca que mata gente por cuenta de la limitación del acceso a servicios elementales. Claro, asesina más a los pobres por carecer ellos de con qué asegurar aquellos servicios para entonces al menos sobrevivir en medio de las constantes y no de poca monta afugias económicas. No hay duda, la manera de conjurar que siga habiendo privatizaciones es elegir gobernantes comprometidos con la defensa de los intereses de los más desvalidos, gobernantes y dirigentes progresistas, humanistas; y emprender acciones de lucha social contundentes en contra de los propósitos de entregarles a los antropófagos neoliberales el patrimonio público. De no hacerse así, pues no queda más que seguir llevando del bulto, duro y parejo.
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