1. Porque piensa Uribe que la paz se alcanza mediante la punta de una espada; o mejor (como ya sucedió en tiempos no lejanos), a través de unas herramientas hechas para talar árboles, pero que fueron utilizadas para talar gente; o recurriendo a otros más horripilantes métodos de exterminio de contradictores, aquellos nunca antes vistos por la Humanidad a lo largo de su existencia; no llegándoles ni a los tobillos los hornos crematorios de Hitler, entre otras acciones de aniquilamiento de judíos; como más casos de salvajez puestos en práctica por otros lunáticos carniceros del Mundo; y que el mero hecho de mencionarlos (los con escenario en Colombia) genera escalofriante terror, al tiempo que náuseas... ¡No!, es porque a Uribe no le gusta la paz, y punto.
2. Porque Uribe ha logrado, sin dejar de seguirlo haciendo, no pocos usufructos políticos y de pronto económicos y de otras índoles merced al statu quo de la guerra... ¡No!, es porque en los diccionarios mental y espiritual del Señor de las Sombras no se halla escrita la palabra "paz".
3. Porque a Uribe le da guayabo saber que de lograrse la paz con las FARC la Historia registrará que fue Santos el presidente que sí pudo cristalizar semejante hazaña mediante las armas del diálogo, políticamente; lo cual, a lo mejor, lo hará acreedor del Premio Nobel de Paz (¿por qué no?, por menos lo han ganado otros)... ¡No!, es porque la proclividad de Uribe hacia el derramamiento profuso y perenne de sangre es algo inspirado en el mundo infernal del cual él un día surgió.
4. Porque a Uribe le resulta imposible desprenderse del dolor y rabia por cuenta del asesinato de su padre, atribuido a las FARC; por lo cual su hambre de venganza la mantiene alborotada e insaciable, hasta el punto de que en esos arrebatos vindicativos no le importa que caigan otros no involucrados en dicho episodio; pagando éstos, pues, los platos quebrados por otros... ¡No!, es porque Uribe supera con creces a Drácula en el compulsivo gusto por la sangre.
5. Porque a Uribe para nada le cae bien que haya gente que no comulgue con los postulados de su doctrina que dicta que alrededor de su persona debe haber un incontrovertible unanimismo; debiendo el conjunto de feligreses de su secta rendirle culto (postrados ellos de hinojos ante sus patas) en su condición de mesías autoproclamado... ¡No!, es porque, definitivamente, Uribe nació siendo así; un romántico y apasionado enamorado de todo cuanto choque contra el muro de la paz; y que no apenas es la guerra, puesto que cosas como la corrupción que lo ha rodeado, entre otra suerte de conductas criminales, también son reflejo de violencia, antítesis de la paz; siendo por todo lo anterior que resulta bastante improbable que algún día (ni siquiera cuando cierre los ojos por siempre, cosa que seguramente él y muchos de sus acólitos ponen en duda, dándolo por inmortal) él llegue a hablar el idioma de la paz, de la reconciliación.
Cuando pensé en lo último registrado me dije: ¡Caramba!, ¿por qué ando en estas, si yo había prometido matar a Uribe?... Cierto, eso lo prometí; no obstante, me ha quedado grande hacerlo; pues, por más que me propongo prescindir de referirme a él, escucharlo, leerlo y mirarlo aunque de lejos (¡Dios!, de cerca ni para poder decir que un día lo conocí y pude percibir que verdad es que de su cuerpo se desprende un olor azufrado), sigo ocupándome de un Uribe a quien ni crean que odio; dado que siempre he creído que contra las personas no hay que sentir animadversión, como sí reprochar sus actuaciones malignas cuando razón haya para que así sea (¡ah!, ¿y acaso no son las personas quienes despliegan las conductas, luego de haberlas craneado?, ¿entonces?... Pero, aun siendo así, me sostengo en mi ¡no al odio contra nadie!).
¿Cuándo, entonces, podré matar a Uribe?...
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