"Por ser humano la embarro siempre"

Nuestros errores debemos reconocerlos siempre cuando en efecto los hemos cometido. ¡Cuánto urge corregirlos!, ¡cómo es de imprescindible comprometernos a procurar no repetirlos! ¡Cuán sensato es admitir nuestros errores!, porque el hecho de prescindir de hacerlo equivale precisamente a incurrir en otro error. Nada ganamos con la soberbia plasmada en no aceptar nuestras equivocaciones, sino que harto perdemos porque a lo mejor con aquella conducta lo que hacemos es insinuar que somos perfectos; cuando la perfección, no haya duda, es un atributo inherente únicamente a Dios. Lo anterior me hace recordar que un día cualquiera mi compadre Rompolón me manifestó en una conversa. "Es que a cada rato la embarro porque soy humano, por lo que entonces no estoy libre de pecar o meter las patas". Ciertamente, por desgracia no deja de haber personas que asumen lo de la no perfección humana para deliberadamente hacer cosas indebidas o incorrectas; o para justificarlas en cualquier caso, sean voluntarias o impensadas. Por otra parte, jamás pasemos por alto que un error, por mínimo que sea, puede ocasionar consecuencias muy graves, hasta fatales ellas.