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Hoy lloro de alegría, otros lloran por guayabo

¡Claro, los hombres también lloran!... Confieso que hace poco, mirando en la televisión el acto histórico donde las FARC y el Gobierno (el Estado en sí) suscribieron el pacto que dispone un Cese del Fuego y Hostilidades Bilateral y Definitivo, la emoción que de mí se apoderó fue, sigue y seguirá siendo enorme. Entonces, me resultó inevitable derramar unas lágrimas sobre el teclado de mi computador mientras escribía otra nota. ¡Cómo no llorar!, cuando hago parte de la mayoría de colombianos que anhelamos la paz, la reconciliación; eso sí, que no sea apenas el silenciamiento de los fusiles, sino que sea una paz combinada con garantías de prosperidad para todos, donde los más desamparados dispongan de mejores condiciones de vida; una paz con una democracia participativa auténtica, una paz donde unos y otros respetemos el derecho a ser diferentes (tolerancia), una paz ojalá duradera... ¡Cómo no llorar de júbilo!, cuando por cuenta del final de la guerra entre las FARC y el Estado colombiano podemos decir que por aquel conflicto cesara la horrible noche de manera ostensible. ¡Cómo no llorar de regocijo!, cuando se corrobora que las FARC sí hablaban y hablan en serio al embarcarse en el proceso de paz, que sí tenían y tienen vocación de paz. ¡Cómo no llorar de alegría!, cuando pese al escepticismo por dinámicas de la negociación hoy sigue creciendo el número de colombianos que le decimos ¡sí a la paz!, ¡no a Uribe y a los demás jinetes de la barbarie! ¡Cómo no llorar de entusiasmo!, cuando con el avance de la desmovilización de las FARC (dejando las armas; no entregándolas porque la entrega implica rendición, y claro es que las FARC no han sido o no fueron derrotadas militarmente) de modo inevitable se va llenando el vaso de la paz, rogando que un día se llene por completo cuando los demás generadores de violencia hayan dado un paso al costado, o aniquilados si no optan por una negociación política (guerrilla) o sometimiento a la justicia (paramilitares y otras organizaciones criminales carentes de motivaciones políticas). ¡Cómo no llorar de complacencia!, cuando se empieza a entender que la paz es el camino, no la violencia; cuando se da muestras de comprender que las transformaciones sociales que busca el pueblo pueden y deben hacerse mediante el conducto político. En suma, más razones habrá en mí para llorar de placer debido al mencionado acuerdo firmado hoy entre las FARC y el Estado de Colombia. Convencido estoy de que muchos más colombianos también hoy han llorado, emocionados.

Claro, por el otro lado estarán los que hoy han llorado y llorarán por culpa del guayabo que les produce saber que se van desvaneciendo sus argumentos y apologías a favor de la violencia, de la guerra, de la barbarie. Me imagino cuántas lágrimas han brotado hoy (seguirán fluyendo en la medida en que crezcan las flores de la paz) de los ojos del expresidente Uribe y su pandilla antipaz, entre otros de la misma calaña no necesariamente uribistas aunque como uribistas piensen y procedan. ¡Pobres almas!, estarán hoy con más razón pensando que los pacifistas no dejaremos de atormentarlos (¿para qué, si ellos se atormentan solos con el peso de sus conciencias inhumanas?) preguntándole a cada uno ¿cómo le que el ojo?... Han llorado y llorarán por saber que con el paso del tiempo surgen más y más colombianos que les gritan en sus propias barbas: "¡Basta ya!, decidimos no ser los pendejos de siempre para andar acolitándoles sus prédicas y acciones contra la paz, y a favor de una violencia que nomás a ustedes los de arriba los ha favorecido de muchas maneras; de modo, pues, que con nosotros no cuenten más como sus idiotas útiles. Decidimos despertar y despertamos, luego de ustedes habernos mantenido durante no corto tiempo bajo los efectos del opio que nos daban y que nosotros mismos a veces pedíamos a gritos. Hemos entendido y pregonamos a los cuatro vientos la consigna de que hay que apostarle a la paz; es decir, a la vida; y no a la guerra, que significa muerte".


Bogotá, D. C., junio 23 de 2016

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