
Esa diabólica xenofobia (rechazo a los extranjeros) en cualquier confín del Orbe, y en contra de quienes sea, merece ser repudiada con todas las energías, sin escrúpulos, por ser escandalosamente monstruosa, ya he dicho que racista e inhumana. Reitero, es reprochable que se recurra a meros pretextos para pretender ocultar la connatural aversión hacia las personas no originarias de determinado lugar, como queriendo aplicar (en efecto lo hacen en gran medida) la Doctrina Monroe; pero en sí más digno de repudio es aquel odio visceral contra alguien por el 'pecado' de no haber nacido en cualquiera de los países xenófobos; cuando casos se han visto en los que, incluso, más aportes les han hecho y les hacen para su desarrollo gentes llegadas a ellos desde afuera; esos inmigrantes prejuiciados y discriminados, despreciados, excluidos, hostigados, injuriados de distintas maneras, amenazados, deshumanizados y hasta eliminados físicamente. El único dueño del Mundo, de todo el Universo, es el Dios que los creó un día; no habiendo dicho Él que serían para que alguien de manera caprichosa se atribuya la propiedad absoluta. Es verdad que nacemos en un país, pero a la postre somos habitantes de todo el rancho global, y es por eso que hacemos parte del conjunto de la Humanidad; que no es, pues, apenas una nación o unas cuantas, sino todas en medio de la diversidad multicategórica (etnias con sus culturas, lenguas, aspectos físicos, géneros, ideologías, religiones, estratos sociales, entre otros aspectos). ¡Maldita pues la xenofobia!, ¡malditos pues los xenófobos!
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