Ojalá siempre tengamos presente, especialmente los creyentes en la existencia de Dios Todopoderoso, que Él no nos ha otorgado la gracia de la vida para que en la Tierra andemos en mero plan de paseo, dedicados a respirar y punto. No se trata de apenas existir, sino de uno lograr demostrar con creces que la vida sí la está viviendo, o al morir dejar testimonios fehacientes al respecto. Eso significa precisamente trabajar y luchar desde cualquier trinchera social donde nos hallemos, con la perspectiva de contribuir a la consolidación de unas relaciones armónicas y de bienestar en la sociedad de la cual somos parte, en la misma Humanidad toda. Sépase bien que dicho bienestar debe consistir en una combinación simbiótica de lo material y lo espiritual, siendo lo ideal más en lo segundo; habida cuenta de que la materia es algo que siempre desaparece, mientras que el alma no por cuenta de su inherente particularidad de ser eterna, inmortal. En el aspecto concerniente a lo espiritual es donde se halla la obligación de poner en práctica lo que, además de lo anteriormente referido, constituye la esencia de lo que debe ser siempre la vida: El cumplimiento de los preceptos emanados del Cielo; aquellos mismos que conforman la Ley de Dios, la Doctrina de la Verdad y de la Salvación.
Una cosa para tener en cuenta siempre es que bien está que no le temamos a la muerte, sea como nos haya de llegar en cualquier momento; pues, ella es algo inexorable, nacimos un día para morir en algún momento cuando lo disponga el Dios que nos proporciona la vida. No obstante, el hecho de internalizar que únicamente debemos temerle a la cólera de Dios (siendo mentira que Él se pone bravo, pese a que no dejamos de faltonearlo desacatando sus mandatos) no significa que nos deshagamos de la obligación de proteger nuestras vidas y respetar las de los otros, siempre valiosas ellas, sin importar cómo vivamos o las desarrollemos. Protegemos nuestras vidas no apenas procurando hallarnos saludables, sino también cuando nos abstenemos de andar por caminos donde los peligros acechan; o marchando por ellos, aun riesgosos, con las precauciones pertinentes, no dejando de requerir el resguardo del Cielo. Nuestras vidas las protegemos evitando cualquier manifestación de violencia, contra uno mismo y contra otras almas. Hablar acerca de la vida, y de la muerte también, recuerda que hay personas que piden afanosamente que plasmen en sus tumbas unas frases bonitas que sirvan para ensalzarlas. Digamos que eso está bien, como parte de la vanidad que de una u otra manera todos nos gastamos; no obstante, siempre debemos tener en cuenta que el mejor epitafio, el merecido, es aquel que uno mismo logra escribir con sus buenas obras o acciones, con su nombre ejemplar.
Una cosa para tener en cuenta siempre es que bien está que no le temamos a la muerte, sea como nos haya de llegar en cualquier momento; pues, ella es algo inexorable, nacimos un día para morir en algún momento cuando lo disponga el Dios que nos proporciona la vida. No obstante, el hecho de internalizar que únicamente debemos temerle a la cólera de Dios (siendo mentira que Él se pone bravo, pese a que no dejamos de faltonearlo desacatando sus mandatos) no significa que nos deshagamos de la obligación de proteger nuestras vidas y respetar las de los otros, siempre valiosas ellas, sin importar cómo vivamos o las desarrollemos. Protegemos nuestras vidas no apenas procurando hallarnos saludables, sino también cuando nos abstenemos de andar por caminos donde los peligros acechan; o marchando por ellos, aun riesgosos, con las precauciones pertinentes, no dejando de requerir el resguardo del Cielo. Nuestras vidas las protegemos evitando cualquier manifestación de violencia, contra uno mismo y contra otras almas. Hablar acerca de la vida, y de la muerte también, recuerda que hay personas que piden afanosamente que plasmen en sus tumbas unas frases bonitas que sirvan para ensalzarlas. Digamos que eso está bien, como parte de la vanidad que de una u otra manera todos nos gastamos; no obstante, siempre debemos tener en cuenta que el mejor epitafio, el merecido, es aquel que uno mismo logra escribir con sus buenas obras o acciones, con su nombre ejemplar.
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