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¡Rebeldía, carajo!

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Encuéntranse personas que yerran cuando la REBELDÍA no dejan de considerarla siempre asociada a violencia, a lucha armada (guerrilla), cuando realmente no es así. Rebeldía es, en esencia, cualquier acción contestataria; con la cual se protesta para expresar reclamo o rechazo de algo, o para rechazar a alguien. Rebeldía, pues, es inconformidad, descontento, indignación, resistencia, desafío... Todo aquello puede y debe manifestarse acogiendo el pacifismo. Siempre se ha dicho que Cristo fue un rebelde, o revolucionario (luchador en procura de transformaciones sociales, especialmente para los sectores más desprotegidos), y cierto que lo fue con creces; con fundamento en la Historia, que nos cuenta que luchó Él contra la opresión y cualquier situación de oprobio hacia el pueblo humilde. Eso fue rebeldía, sin duda; habiéndola desarrollado Chucho apenas con las armas de sus sermones, con el ímpetu de sus palabras cargadas de verdad libertaria... Cuando hay atropellos contra uno u otras personas, y optamos por permanecer con la boca silenciada y con los brazos cruzados, entonces es como si no nos doliera ni una muela; y es, también, encaramar en un altar a nuestros opresores, a quien sea que nos mancille; sin dejar de ser eso mismo el hecho de darles alas a ellos para que a su antojo sigan dándonos garrote. No caigamos, pues, en un sueño letárgico; porque, quién quita, puede llegar a pasar que por dormir harto un día no despertemos más. No hay duda, el masoquismo es una conducta fatal. Claro quede que la rebeldía es un derecho (y deber mismo) que no necesariamente hay que ejercerla mediante la violencia expresada de cualquier modo. Sean las ideas y los argumentos con la verdad y la razón las armas para desarrollar la rebeldía, jamás otras que resultan abominables.

Cuando se habla de rebeldía, hallándose en ésta el concepto LIBERACIÓN, hay que decir que nos pasamos de pendejos e ilusos los oprimidos cuando ante nuestros padecimientos no movemos ni un dedo en procura de transformar aquel estado de cosas calamitoso. Es que hasta resulta chistoso pretender (infiriéndose esto de dicha actitud pasiva, conformista, tragaenterista) que sean nuestros propios verdugos quienes tomen la iniciativa de convertirse en nuestros libertadores, en los que de un momento a otro decidan arrancarnos las cadenas con las que ellos mismos nos han sometido. Entonces, la consigna no puede ser otra que uno mismo buscar cómo liberarse de las coyundas, del sojuzgamiento perpetrado por esos que nos deshumanizan cuando nos oprimen, reprimen y exprimen. ¡Liberémonos pues!, siempre teniendo en cuenta que son muchas las cosas que nos convierten en esclavizados, incluso algunas buenas que nosotros mismos provocamos. No hay duda, esclavos somos, por ejemplo, de una gran cantidad de antivalores que ponemos en práctica. En efecto, nos esclavizan el odio, la mentira, la perfidia, la indecencia, el egoísmo, la codicia, las intrigas, la hipocresía, la irresponsabilidad, la lujuria, la cochinez, la mediocridad, la deshonestidad, la calumnia, el materializar o monetarizar por completo la vida, la ingratitud, la coerción del libre albedrío, cualquier conducta de maldad y mucho más, y hasta algo positivo cuando se nos vuelve un vicio por llevarlo más allá del límite racional. Entonces, ¡seamos rebeldes, carajo! Pero, claro es que nadie está obligado a ser rebelde, a luchar por la reivindicación y defensa de sus derechos cuando no le nace proceder de tal modo. Si alguien no lo hace hay que respetarle su postura. Eso sí, después no haya de lamentarse cuando de pronto lo tengan exprimido hasta no dar más.

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