
Cuando se habla de rebeldía, hallándose en ésta el concepto LIBERACIÓN, hay que decir que nos pasamos de pendejos e ilusos los oprimidos cuando ante nuestros padecimientos no movemos ni un dedo en procura de transformar aquel estado de cosas calamitoso. Es que hasta resulta chistoso pretender (infiriéndose esto de dicha actitud pasiva, conformista, tragaenterista) que sean nuestros propios verdugos quienes tomen la iniciativa de convertirse en nuestros libertadores, en los que de un momento a otro decidan arrancarnos las cadenas con las que ellos mismos nos han sometido. Entonces, la consigna no puede ser otra que uno mismo buscar cómo liberarse de las coyundas, del sojuzgamiento perpetrado por esos que nos deshumanizan cuando nos oprimen, reprimen y exprimen. ¡Liberémonos pues!, siempre teniendo en cuenta que son muchas las cosas que nos convierten en esclavizados, incluso algunas buenas que nosotros mismos provocamos. No hay duda, esclavos somos, por ejemplo, de una gran cantidad de antivalores que ponemos en práctica. En efecto, nos esclavizan el odio, la mentira, la perfidia, la indecencia, el egoísmo, la codicia, las intrigas, la hipocresía, la irresponsabilidad, la lujuria, la cochinez, la mediocridad, la deshonestidad, la calumnia, el materializar o monetarizar por completo la vida, la ingratitud, la coerción del libre albedrío, cualquier conducta de maldad y mucho más, y hasta algo positivo cuando se nos vuelve un vicio por llevarlo más allá del límite racional. Entonces, ¡seamos rebeldes, carajo! Pero, claro es que nadie está obligado a ser rebelde, a luchar por la reivindicación y defensa de sus derechos cuando no le nace proceder de tal modo. Si alguien no lo hace hay que respetarle su postura. Eso sí, después no haya de lamentarse cuando de pronto lo tengan exprimido hasta no dar más.
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